Había escrito cien veces: te quiero. Otras tantas, por lo menos, las había subrayado en fosforito y adornado con corazones en los márgenes del papel. Llegó el día en que escuchó esas mismas palabras en la iglesia. También otro en el que el "te quiero" iba acompañado de un "lo siento, no volverá a pasar"; y otro igual, pero con un ojo morado. Y así, poco a poco fue tachando sus deseos adolescentes. Cuando no quedó ninguna frase legible, arrugó el papel y lo tiró por la ventana. Ella fue la siguiente.
martes, 30 de diciembre de 2014
miércoles, 3 de diciembre de 2014
Verdad de la abuela
En
cuanto colgó el teléfono se puso a dar saltos de alegría, a abrazarnos e
incluso habló de descorchar una botella de champán. Todos aplaudimos y lloramos
como bebés. Mi yerno opinaba que gracias su empecinamiento en que estudiase; mi
hija, que su niño vale mucho y por fin se habían dado cuenta; pero solo yo
sabía la verdad: todo gracias a mis rezos a San Judas Tadeo. Mi nieto ya tiene
un contrato indefinido, ahora me concentraré en pedir la paz mundial. Amén.
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