En
cuanto colgó el teléfono se puso a dar saltos de alegría, a abrazarnos e
incluso habló de descorchar una botella de champán. Todos aplaudimos y lloramos
como bebés. Mi yerno opinaba que gracias su empecinamiento en que estudiase; mi
hija, que su niño vale mucho y por fin se habían dado cuenta; pero solo yo
sabía la verdad: todo gracias a mis rezos a San Judas Tadeo. Mi nieto ya tiene
un contrato indefinido, ahora me concentraré en pedir la paz mundial. Amén.
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