En la calle la expectación
era máxima, incluso se habían cerrado varias manzanas al tráfico y el
nerviosismo se palpaba en el ambiente. A la hora prevista, un mercedes de
cristales tintados enfiló la calle y se detuvo ante la puerta principal. El
cordón policial rodeó el vehículo y los flashes de los periodistas allí
apostados envolvieron de luz al personaje. El gentío se arremolinaba y
voceaba. Apartó la vista de la plebe y
suspiró. Empezaba a entender aquello de
que todos somos iguales ante la ley.
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