Yo era el ganador de la beca y estaba emocionado. Mamá lloraba, se
preguntaba cuánto tardaría en volver a verme “si es que regresas sano y salvo”
gimoteaba. Hacía tiempo que había desistido de entender mi pasión por la
naturaleza y la exploración de nuevos mundos, pero ahora, al ver que pasaba de
la teoría a la práctica, sentía miedo por mí. Yo la tranquilizaba diciendo que
estaba preparado para sobrevivir en aquel ambiente hostil y primitivo. No le
dije que era improbable que regresara y que mi misión era más importante que mi
propia vida. Ella no podía entender qué necesidad tenía de ver los antiguos y
extintos océanos, respirar sin bombonas de oxígeno y contemplar el verdor del
planeta. Viajar al pasado era una
estupidez decían todos, pero los científicos sabíamos que era la única forma de
cambiar el presente.
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