Oía latir mi corazón, los corazones de
todos. En algún momento pensé que se aunaban como en una plegaria, era hermoso…
hasta que oí sollozos infantiles y susurros de consuelo.
Entonces abrí los ojos, y la blanca desnudez
de los cuerpos que temblaban, hacía danzar los números de tinta tatuados en los
antebrazos. Miré a los rociadores del techo y deseé que Dios nos sacase del
infierno permitiéndonos por fin morir.
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