domingo, 4 de mayo de 2014

Sembrad y recogeréis

Es curioso como a veces unas pocas palabras pueden resumir una vida, y esta archiconocida frase bíblica me viene muy bien para referirme a una historia, triste y real, que hoy día de la madre me viene a la cabeza.
No conozco personalmente a JG, “Jotagé”, pero me sé su vida y miserias y supongo que es probable que él también sepa de la mía, así es la vida de extraña, que no conocemos al compañero de la oficina pese a llevar veinte años trabajando en el mismo sitio, y sin embargo sabes detalles íntimos de un tipo que vive a miles de kilómetros y al que nunca has visto. Siglo XXI me temo.

Jotagé, está casado con Emma, que es muy amiga de una amiga mía. A mi amiga le preocupa esta relación y de ahí que me conozca sus vidas. Jotagé fue hijo de millonario que nunca le prestó atención, bastante tenía el hombre en casarse y divorciarse, y de madre siempre ausente, volcada en su carrera de artista. Pasó la infancia entre nannys y el caserón de su abuela, señora anclada en el siglo XIX que acostumbraba a castigar al pequeño Jotagé en el sótano cada vez que hacía alguna trastada. A los dieciocho reclamó su herencia y la dilapidó viajando por el planeta y en todo capricho que se le antojó. Para los veinte pico estaba arruinado, sin ningún oficio ni estudios. Su padre fallecía por aquellas fechas y la madre, ya consagrada en los teatros de media Europa, se negó a dar dinero a un despilfarrador por muy hijo suyo que fuese. La relación, ya de por sí esporádica entre madre e hijo, se redujo a un par de visitas al año y celebraciones como la boda de Jotagé y Emma y el nacimiento de sus hijos.

Los años han hecho de la artista una septuagenaria estrella en el olvido, de Jotagé un cuarentón gris, que trabaja de lo que puede y cuando puede, de Emma una trabajadora infatigable para sacar a la familia a flote, y de mi amiga su paño de lágrimas.

Hace no mucho, la madre les ha indicado su deseo de mudarse a su ciudad y así, ahora que por fin tiene tiempo libre, disfrutar de la familia. Quizás sonará cruel, pero Jotagé ha sido inflexible, ella solo quiere que alguien la cuide ahora que ya se hace mayor, ella sigue siendo egoísta dice, ella que no le cuidó jamás de niño. Ella no fue madre, y por tanto él no es hijo.

Aquí, al invertir los papeles, la parábola del hijo pródigo no se cumple, y queda claro que si no siembras, no recoges.

Lo peor de todo, como siempre, es que la historia tiende a repetirse y Jotagé por desgracia tampoco siente excesivo afecto por sus niños, quizá es que la paternidad es mucho más que pura biología, y tenga como ya he dicho, bastante de botánica.


Cuidad los brotes, regarlos, que florecerán y darán frutos.

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