Mari, la señora de la
limpieza, odiaba su trabajo. Limpiar inodoros cagurreteados no le gusta a nadie,
claro, pero eso no era lo peor. En los lavabos apenas se consumía papel
higiénico, ni jabón de manos ni nada. Le bastaron unos días para descubrir que
la verdadera mierda estaba en los despachos de aquel bufete de abogados. En los
sobres arrugados, hechos pelotitas, de las papeleras que limpiaba cada
anochecer. Horas antes habrían ocultado cientos de billetes. Decidió sacar
tajada ella también, por sus hijos. Se presentó una mañana ante el jefe de
personal, sacó de su bolso un sobre con 600 euros –casi todos sus ahorros- y
mintió al decir que lo había encontrado caído tras un mueble. El responsable
palideció. Ella dejó claro que era una señora, no una ladrona y que sabía
ganarse el sueldo. En un minuto consiguió doblar su salario y otro sobre con la
misma cantidad, “los buenos trabajadores siempre tienen recompensa”.
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