lunes, 10 de noviembre de 2014

Catar Qatar

Mi trabajo era catar el vino, los alimentos y todo aquello que pudiese poner en peligro la salud del marajá. ¿Riesgo? Ninguno. Tenía mi propio esclavo-catador.
Cuando entró en vigor la norma iso-sex-69.69 -¡Alá es grande!- y me trasladaron al harén, creí estar en el Yanna, pero pronto descubrí el infierno de contentar a trescientas concubinas.
Tras una semana sin dormir, las caderas descoyuntadas y mis fluidos exprimidos, decidí intercambiarme con mi catador. Esa noche engullí todos los manjares de mi señor.
Las huríes son aún más ardientes y dicen que no les queda nada de comer.

Bajo la inspiración de "las concubinas no se conformaban con tan poco", en una reunión de mayoría mujeres, claro.

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