Empezó a pensar en un nuevo teorema: el del
binomio había llegado a su límite y sin duda el del triángulo era el futuro
pero ¿cómo plantearlo? Había demasiadas incógnitas y el riesgo casi infinito.
Al final se decidió por una aproximación tradicional: compró un ramo de rosas,
un collar de perlas y susurró un “lo siento, me he equivocado, no volverá a
ocurrir”. Era la enésima vez y su mujer ya había hecho las cuentas. Dicen que
ahora él tiene quebrada el alma y un par de épsilon en los bolsillos.
Los números no mienten, pero el teléfono no suenan si lo tengo en silencio. Qué mala pata!!!
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