Publicado originalmente en
Jack Rednow
Entre la espesa
niebla londinense emerge la oscura silueta de un hombre. Levita, chistera y
bastón. El rítmico caminar rompe el silencio de la noche hasta alcanzar
WhiteChapel donde las prostitutas vocean. Él, inmune a sus ruegos,
provocaciones e insultos prosigue su ruta hasta que un «Cómeme toda por una chelín»
le detiene en seco. La madame le ofrece una jovencita, Alice, apenas una niña.
El caballero introduce la mano en su chaqueta y roza su amuleto de pata de conejo.
«Es el destino» se dice extendiendo un billete de libra esterlina.
Saciado su instinto,
coloca sobre las aún calientes vísceras un naipe Kent: la reina de corazones.
Se encamina a su mansión, dejando atrás los silbatos y gritos de «¡Le han
cortado la cabeza!». Aprieta el paso, la humedad cala los huesos y necesitará
un buen té.
En el aparador
de la entrada cuelga su chistera y se detiene a contemplarse ante el espejo.
Sonríe, atrás quedan sus tiempos de gatito ronroneante. Ahora ya es todo un
depredador.
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