En su oficina abandonó el tiempo, sí, ese que parecía nunca acabarse. De
su hogar rescató la fantasía de las paredes y despidió a la monotonía que se había
apoltronado en su existencia. Todo lo demás lo vendió o regaló a los mirones
que le observaban al otro lado de la valla de su vida. Empaquetó sus dibujos
junto a una sonrisa tímida, puso un lazo rojo y nos lo envió. Ni lo dudamos y
aceptamos su solicitud. Ahora podéis ver su obra cada vez que miréis al cielo,
ya que él, es el nuevo encargado del arco iris.
Hermoso texto. Me gusta. Un beso
ResponderEliminarPD. Yo también fui oficinista, dejé atrás ese todo innecesario, y escribo (todo aquello). Ahora busco arco iris por custodiar o pintar.
Gracias Ramón, todo un placer que un poeta como tú admire mi pequeño arco iris, dicen que todos tenemos uno.
ResponderEliminarAbrazos