Cada mañana
coincido con él. Yo acarreo mi ordenador, él empuja su carrito de barrendero.
Los chavales le birlan las escobas y le vuelcan el cubo. Yo le doy los buenos
días y él se lleva la mano a la gorra. Nunca dice nada. Imagino que es tranquilo, educado y mudo. Anoche fui al
cine y el mismo gesto me saludó desde los asientos de mi derecha. Mi amiga me
preguntó por él y dije que era un señor al que veo por las mañanas. Hoy, al
vernos, el mismo saludo desde hace ocho años y un “buenos días señora”.
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