Tras la
última bronca me había prometido cambiar, que sería la última vez. Tiene ese no
se qué que me puede y le creí. Incluso cuando tuve que ausentarme un par de
días y su sonrisa me convenció de que todo iría bien. Cuando regresé encontré
cigarrillos extinguidos en los ceniceros, copas a medio consumir, restos de
comida en la mesa, su ropa interior esparcida por la sala…
Ya no
aguanto más, todo tiene su límite. Se acabó la excusa de “mamá, ¡qué soy un
adolescente!”
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